Un viaje de Bogotá hacia Lima

Y vamos que vamos…

¡Allá vamos! Un Viaje de Bogotá a Lima

¡Hola, hola! ¿Preparado para sumergirte en una aventura épica de Bogotá a Lima? Pues abróchate el cinturón, porque te cuento cómo empezó todo. Era una de esas noches bogotanas donde la luna llena se encargaba de iluminar cada rincón de La Castellana.

El ambiente estaba tan sereno que parecía que la ciudad misma sabía que estábamos a punto de embarcarnos en algo grande. Y ahí estábamos, mi familia y yo, listos para partir.

Habíamos terminado de empacar, y como soy una maestra en organización (¡nada de modestia aquí!), tenía todo bajo control: pasaportes, boletos de avión y las mochilas de Martín (10 años) y Sofía (8 años), repletas de libros, juguetes y todo lo necesario para mantenerlos entretenidos durante el vuelo. Ricardo, mi esposo, siempre tan zen, me ayudaba a hacer la última revisión. “Tranquila, ya está todo listo”, dijo con esa voz que siempre logra calmarme, como si tuviera un superpoder.

A medianoche en punto, nuestro Uber llegó. El conductor, un tipo simpático con una sonrisa de oreja a oreja, nos echó una mano con las maletas. “¡Es hora de la aventura!”, les dije a los niños, tratando de inyectarles un poco de energía a pesar de la hora.

Bogotá

Nos subimos al carro, y mientras nos alejábamos de nuestro hogar, no pude evitar sentir una mezcla de nostalgia y emoción. Bogotá, con su incesante bullicio, tenía un aire distinto en la madrugada. Las calles, usualmente llenas de vida, estaban ahora tan tranquilas que casi sentías que la ciudad nos estaba diciendo adiós en silencio.

Durante el trayecto al aeropuerto, decidí animar a los niños con algunas historias sobre nuestro destino. “¿Sabías que en medio de Lima hay una pirámide?”, le pregunté a Martín, esperando mantenerlo despierto. “Se llama Huaca Pucllana y tiene más de mil años, ¡es como viajar en el tiempo!”

Ricardo, que siempre sabe cómo captar la atención de los pequeños, añadió: “Y en el Parque de la Reserva hay un espectáculo de luces increíble, Sofía. ¡Te va a encantar!” Y ahí estaba, la sonrisa de Sofía, mientras se acurrucaba más en su asiento, ya menos somnolienta y más entusiasmada.

La ciudad iba quedando atrás, y la carretera se volvía más oscura y silenciosa. Yo, como siempre, revisaba mentalmente todos los detalles del viaje, asegurándome de que cada pequeño momento fuera perfecto. “Martín, ¿te acuerdas en qué hotel vamos a quedarnos?”, le pregunté. “Sí, mamá, en el Hotel La Casa de Melgar en el centro de Lima”, respondió, todo orgulloso de recordar el nombre.

“¡Exacto! Y desde ahí vamos a explorar todo el centro histórico. ¡Va a ser una experiencia inolvidable!”, le aseguré, manteniendo vivo el entusiasmo en el aire.

Llegamos al aeropuerto con tiempo de sobra, y aunque era de madrugada, el lugar estaba sorprendentemente animado. Mientras hacíamos el check-in y pasábamos por seguridad, mi cabeza seguía dándole vueltas a cada detalle, asegurándome de que todo fuera de película. ¡La aventura apenas comenzaba!

Pasando Migraciones…

Después del check-in, nos encontramos con unas cuantas horas de espera antes de embarcar. Al fin, un momento de respiro, ¿no? Nos dirigimos a la sala de espera, y al menos por un rato, pude relajarme un poco sabiendo que habíamos pasado por los trámites de seguridad sin problemas (¡punto para nosotros!).

Ricardo y los niños se instalaron en unos asientos cerca de una ventana, con vista directa a la pista de despegue. Las luces de los aviones eran como pequeñas estrellas moviéndose en la oscuridad, y por un momento, todo parecía estar en paz.

 

Me senté junto a ellos y empecé a revisar mentalmente lo que llevaba en la mochila. Y, de repente, ¡zas! Un escalofrío me recorrió. ¿Te ha pasado que recuerdas algo vital en el peor momento? ¡Mis medicinas para el dolor de cabeza!

Las había dejado olvidadas en la mesa de la cocina. Siempre llevo unas pastillas, porque entre el estrés de los viajes y las largas esperas, esos dolores de cabeza se vuelven mis peores enemigos. Miré a Ricardo, y al ver mi cara de pánico, no tardó en darse cuenta de que algo andaba mal.

“¿Qué pasa?” me preguntó, con esa calma que solo él sabe mantener en estas situaciones.

“¡Mis medicinas para el dolor de cabeza! Las dejé en casa,” le respondí, ya sintiendo la ansiedad subir como espuma.

Pero Ricardo, mi héroe cotidiano, no perdió la compostura. Me dio un apretón de manos y con su habitual seguridad, dijo: “No te preocupes. Voy a buscar una farmacia aquí en el aeropuerto. Seguro que hay una abierta a esta hora.” Y así, con un beso rápido y un “gracias” que sabía a alivio, lo vi salir en busca de una solución.

Mientras tanto, yo intentaba mantener a los niños entretenidos. Martín estaba perdido en su libro de aventuras, y Sofía jugaba con su muñeca favorita. “¿Saben qué, chicos? Cuando lleguemos a Lima, vamos a probar un montón de postres deliciosos. ¡He oído que el suspiro a la limeña es increíble!”

Sofía, con sus ojazos brillantes, me preguntó: “¿Es de chocolate?”

Reí y le respondí: “No exactamente, pero es un postre muy dulce hecho con leche condensada y merengue. Te prometo que te va a encantar.”

Poco después, Ricardo regresó como un campeón, con una pequeña bolsa en la mano. “Aquí tienes,” me dijo, pasándome un paquete de pastillas para el dolor de cabeza. “Y también compré unas botellas de agua por si tenemos sed.”

“¡Eres el mejor!” le dije, sintiendo que podía respirar de nuevo mientras tomaba una pastilla con un poco de agua. Con él a mi lado, sabía que todo iba a salir bien, pase lo que pase.

 

Las horas pasaron volando, literalmente. Entre los juegos con los niños, las mini excursiones por las tiendas del aeropuerto y charlas sobre lo que haríamos en Lima, el tiempo se esfumó. De repente, el altavoz anunció que nuestro vuelo estaba listo para embarcar.

“Es nuestro turno,” le dije a la familia, sintiendo cómo la emoción volvía a subir. Agarramos nuestras cosas y nos dirigimos a la puerta de embarque. Los niños, ahora completamente despiertos y llenos de energía, se aferraron a nuestras manos mientras caminábamos hacia el siguiente capítulo de nuestra aventura.

 

Ya dentro del avión…

Nos subimos al avión, y como era de esperarse, no todo salió como lo habíamos planeado. Resulta que en la fila de tres asientos solo podíamos sentarnos tres de nosotros, y el cuarto asiento estaba unas filas más atrás. “¡Vaya suerte!”, pensé, pero, como siempre, Ricardo tomó las riendas.

Ricardo se acercó a la azafata y le explicó la situación. Ella fue un encanto y, tras unos minutos, logró que alguien cambiara de asiento. Al final, Martín y Sofía quedaron sentados justo frente a nosotros, y Ricardo y yo detrás. No era perfecto, pero al menos estábamos cerca.

Mientras el avión despegaba, ese cosquilleo de emoción recorrió todo mi cuerpo. Sofía, con sus ojitos llenos de asombro, no podía dejar de mirar por la ventana. “¡Mira todas esas luces, mamá!”, me dijo, fascinada.

 

Le respondí: “Sí, amor, son las luces de Bogotá despidiéndonos.”

El vuelo fue tranquilo, casi como un paseo. Martín, fiel a su curiosidad infinita, no dejó de hacer preguntas sobre cómo funcionaba el avión. Y ahí estaba Ricardo, paciente como siempre, explicándole todo con lujo de detalles. Yo, por mi parte, intentaba calmarme y descansar un poco, aunque con la emoción del viaje y la expectativa de llegar a Lima, me fue imposible.

Sofía no podía dormir. Estaba tan emocionada mirando el cielo y las estrellas que apenas parpadeaba. “Mamá, ¿podemos ver las estrellas más de cerca en el avión?”, me preguntó. Le acaricié el cabello y le respondí: “No exactamente, amor, pero podemos imaginar que estamos volando entre ellas.”

Intenté descansar un poco, pero con los niños tan emocionados y la expectativa del viaje, mis ojos no querían cerrarse. Ricardo, siempre atento, me ofreció su hombro para que me apoyara. “Descansa un poco, cariño. Yo vigilo a los niños,” me susurró.

Finalmente, el capitán anunció que estábamos empezando el descenso hacia Lima. ¡Qué emoción! “¡Ya casi llegamos!”, les dije a los niños, conteniendo las ganas de gritar de alegría. El avión aterrizó suavemente en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, y mientras rodábamos hacia la puerta de desembarque, sentí una ola de felicidad.

Desembarcamos y nos dirigimos a recoger nuestras maletas. Lima nos recibió con su aire fresco y esa energía vibrante que solo una nueva aventura puede ofrecer. ¿Te ha pasado alguna vez sentir que una ciudad nueva te está abrazando?

No podía esperar para empezar nuestra aventura y descubrir todos los secretos que Lima nos tenía reservados, junto a mi familia. ¡Aquí comienza nuestra aventura en Lima!

Finalmente, el capitán anunció que estábamos empezando el descenso hacia Lima. ¡Qué emoción! “¡Ya casi llegamos!”, les dije a los niños, intentando no gritar de alegría. El avión aterrizó suavemente en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, y mientras rodábamos hacia la puerta de desembarque, me invadió una ola de felicidad.

Desembarcamos y nos dirigimos a recoger nuestras maletas. Lima nos daba la bienvenida con su aire fresco y esa energía vibrante. ¿Te has sentido alguna vez así, como si una ciudad nueva te estuviera abrazando? No podía esperar para empezar nuestra aventura y explorar todo lo que Lima tenía para ofrecer junto a mi familia.

 

El transporte al hotel

Después de recoger las maletas y cambiar algunos dólares por soles (porque siempre es mejor estar preparado), salimos del aeropuerto listos para enfrentar lo que Lima tuviera reservado para nosotros. Justo en la salida, nos esperaba Julio, un hombre simpático y lleno de historias, con un cartel que decía “Familia García”.

La sonrisa en su rostro y su acento norteño hicieron que nos sintiéramos como en casa desde el primer momento.

Antes de salir del aeropuerto, decidimos cambiar algunos dólares por soles. Encontramos una casa de cambio abierta y aprovechamos para hacer el cambio. Siempre es mejor tener algo de efectivo local, ¿no crees? Así evitamos problemas más adelante.

“Hola, soy Julio,” nos dijo mientras nos ayudaba con las maletas. ¡Qué crack! Los niños saltaron a la van como si fuera una aventura secreta, y nosotros no nos quedamos atrás. Julio empezó a contarnos su vida en Lima, sus raíces en Piura, y cómo la ciudad lo había acogido hace 15 años.

¡Vaya historia! Incluso nos compartió un poco de su vida personal, como su relación con María, una venezolana llena de energía que había conocido en un evento cultural. “La vida te sorprende de las maneras más inesperadas,” nos dijo, y no pude evitar pensar en lo afortunados que éramos de estar empezando nuestra propia aventura.

Julio era un tipo encantador y muy servicial. Nos dio su número de teléfono y nos dijo: “Si tienen alguna emergencia o necesitan ayuda con algo, no duden en llamarme. Lima puede ser un poco confusa para los recién llegados, pero yo estaré aquí para ayudarles en lo que necesiten.”

Palacio de Gobierno, Lima

Llegamos al Hotel La Casa de Melgar, un lugarcito encantador en el Centro Histórico de Lima. ¡Qué pasada de sitio! La arquitectura colonial y el ambiente acogedor nos hicieron sentir como si hubiéramos viajado en el tiempo. Hicimos el check-in y subimos a nuestra habitación, donde finalmente pudimos relajarnos y disfrutar del hecho de que todo estaba saliendo a la perfección.

Los niños, a pesar del cansancio, estaban llenos de emoción y curiosidad por lo que nos esperaba.

Después de descansar un poco, el hambre nos recordó que estábamos en la capital gastronómica de América Latina. Nos habían recomendado el Restaurante Tanta, así que nos dirigimos allí. El lugar, propiedad del famoso chef Gastón Acurio, era una mezcla de modernidad y tradición que te hacía sentir en casa desde el primer momento.

¡Y el menú, ni te cuento! Pedimos de todo: causa limeña, anticuchos y, por supuesto, un ceviche que te dejaba sin palabras.

 

El Tanta es un lugar genial, propiedad del famoso chef Gastón Acurio. ¿Sabías que Gastón es como una celebridad aquí en Perú? Ha sido una figura clave en llevar la comida peruana a nivel mundial. Llegamos y el ambiente era acogedor, con una decoración moderna pero con ese toque tradicional que te hace sentir en casa.

Los niños, por su parte, estaban encantados con los postres. El suspiro a la limeña, con su leche condensada y merengue, se ganó el corazón de Sofía al primer bocado. Después del festín, fuimos a explorar la Plaza Mayor, el corazón de Lima. ¡Impresionante! La Catedral de Lima y el Palacio de Gobierno son lugares que tienes que ver para creer.

Nos tomamos fotos, preguntamos sobre la historia y hasta paseamos con unos policías montados en caballos.

Cayendo la noche, la decisión estaba clara: cenar temprano y descansar bien para el primer día completo en Lima. El Restaurante El Cordano, justo al lado de la Plaza Mayor, fue el lugar perfecto para cerrar con broche de oro. Con más de 100 años de historia, sus platos típicos como el lomo saltado y la carapulcra nos hicieron sentir que habíamos hecho una pequeña inmersión en la Lima de antaño.

Con el estómago lleno y el corazón contento, regresamos al hotel. Los niños, agotados pero felices, cayeron rendidos, y yo no podía dejar de sonreír al recordar cada detalle del día. Ricardo, como siempre, fue el último en dormirse.

“Ha sido un gran día, amor. Mañana nos espera más aventura,” me susurró antes de caer en un sueño profundo. ¡Y qué razón tenía!

suspiro a la limeña

Segundo día en Lima

El segundo día en Lima comenzó con todo el power. Nos despertamos con el bullicio matutino de la ciudad, esos sonidos que te recuerdan que estás en una capital vibrante. Los rayos de sol entraban por la ventana y el aroma del café recién hecho ya nos estaba llamando. Nos vestimos rápido y bajamos a desayunar en el hotel, listos para lo que Lima tuviera preparado para nosotros.

El desayuno en La Casa de Melgar era como una fiesta de sabores. Frutas frescas, jugos naturales, panes recién horneados y, por supuesto, el café peruano, que no podía faltar. Mientras degustábamos todo eso, conocimos a Jack y Emily, una pareja encantadora de Canadá que estaba recorriendo Sudamérica.

Nos contaron sus aventuras en Cusco y que Lima sería su última parada antes de regresar a casa. Intercambiamos tips de viaje y nos deseamos buenos caminos.

Con las pilas recargadas, nos lanzamos al Museo Larco, que es famoso por su colección de arte precolombino. Y, spoiler: ¡vale cada segundo que pases ahí! Al llegar, nos recibió Carmen, una guía simpatiquísima que nos ofreció un tour privado. ¿Cómo íbamos a decir que no?

Lima Perú

Carmen nos llevó por las diferentes salas, explicando la historia de las culturas antiguas del Perú con una pasión que nos contagió a todos. Martín y Sofía estaban flipando con las cerámicas y los textiles, especialmente con las figuras de animales y dioses. “Mamá, ¿podemos llevarnos uno a casa?”, preguntó Sofía, emocionada.

“No, amor, estos son demasiado valiosos,” le respondí riendo. Pero claro, ¿quién no querría llevárselos a casa?

En pleno recorrido, conocimos a los Rodríguez, una familia de España con hijos de edades parecidas a las de Martín y Sofía. ¿Resultado? Los niños se hicieron amigos en tiempo récord. Nos contaron que estaban en Lima por una semana y que también tenían en mente visitar la Huaca Pucllana y Miraflores.

Así que, como buenos viajeros, intercambiamos números para mantenernos en contacto y quizás encontrarnos más adelante en el viaje. ¡Nunca se sabe!

 

Por fin, el almuerzo

Después de empaparnos de cultura, fuimos al Café del Museo a recargar energías. El lugar tiene una terraza brutal con vistas al jardín del museo. Pedimos un festín de ensalada de quinoa, tacu tacu (un pastelito de arroz y frijoles que está para chuparse los dedos), y ají de gallina, ese plato cremoso de pollo que es como un abrazo en forma de comida.

Mientras esperábamos la comida, los niños se lo pasaban en grande jugando en el jardín y nosotros nos pusimos al día con los Rodríguez. Ana nos contó sobre su aventura en Machu Picchu y nos dio consejos para cuando decidamos ir. ¡Un almuerzo redondo!

Terminamos de comer y nos despedimos de los Rodríguez, prometiendo mantenernos en contacto. Con el estómago feliz y el ánimo por las nubes, nos fuimos directos a Miraflores para seguir con nuestra exploración.

Paseamos por el Malecón de Miraflores, un lugar que te deja sin palabras, y nos detuvimos en el Parque del Amor. Este sitio tiene una vista espectacular del océano Pacífico, decorado con mosaicos de colores y una escultura gigante de dos amantes abrazados.

Los niños corrieron a explorar y Ricardo y yo aprovechamos para disfrutar de la vista y de un momento de paz. “Este lugar es mágico,” le dije a Ricardo, mientras nos tomábamos de la mano.

Seguimos nuestro paseo y llegamos a Larcomar, un centro comercial al aire libre incrustado en los acantilados con vistas al mar. Decidimos que un heladito no nos vendría mal, así que nos sentamos a disfrutar del paisaje mientras nos dábamos ese gustito.

Y como todo en Lima es aventura, conocimos a una pareja de Brasil, Marcos y Ana, que también estaban de vacaciones. Nos contaron sobre sus peripecias en el Amazonas y nos recomendaron algunos lugares chulos para visitar en Lima.

 

Larcomar Miraflores, Lima

Finalmente, con el sol cayendo y el día llegando a su fin, regresamos al hotel para descansar un poco antes de la cena. ¡Menudo día! Lleno de descubrimientos, nuevos amigos y mil aventuras. Lima nos estaba mostrando su mejor cara y ya queríamos saber qué nos depararía el siguiente día.

Después de un descanso merecido, Ricardo y yo decidimos que lo mejor sería alquilar un carro para el resto del viaje. Así tendríamos más libertad para explorar a nuestro aire. Fuimos a una agencia de alquiler de autos cercana y todo parecía ir sobre ruedas… hasta que la tarjeta de crédito de Ricardo fue rechazada. “¿Qué? ¡Pero si tengo suficiente crédito!”, exclamó, con la sorpresa pintada en la cara.

Intentamos de nuevo y… nada. La tarjeta estaba bloqueada. Empezaba a entrarme el pánico. “Amor, ¿qué hacemos ahora? No podemos estar sin carro,” le dije, intentando mantener la calma. Pero Ricardo, siempre tan zen, me tranquilizó: “No te preocupes, cariño. Voy a llamar al banco y lo solucionamos.”

 

Empecé a sentirme nerviosa. “Amor, ¿qué hacemos ahora? No podemos estar sin carro,” le dije, tratando de mantener la calma. Ricardo, siempre tan tranquilo, me dijo: “No te preocupes, cariño. Voy a llamar al banco y resolver esto.”

Llamamos al banco y, después de la clásica musiquita de espera que parece eterna, finalmente nos atendieron. Resulta que, como habíamos hecho varias transacciones en poco tiempo y fuera de nuestro país, el banco había bloqueado la tarjeta por seguridad. Tras explicar la situación y verificar nuestra identidad, desbloquearon la tarjeta. ¡Menudo alivio!

Con la tarjeta desbloqueada, pudimos alquilar el carro sin más contratiempos. Ricardo al volante, nos dirigimos a nuestro siguiente destino: La Rosa Náutica. Este restaurante es famoso no solo por su comida, sino por su ubicación espectacular sobre el mar, en un muelle en Miraflores. Y cuando digo espectacular, ¡es porque lo es!

Llegamos y el lugar era aún más bonito de lo que imaginaba. Nos sentamos en una mesa con vistas al océano y el sonido de las olas rompiendo debajo de nosotros era simplemente mágico. Pedimos una variedad de mariscos: ceviche, tiradito, y pulpo a la parrilla. Todo estaba para morirse. Los niños, aunque no son muy fans del marisco, probaron un poco de todo y quedaron encantados. ¡Nunca es tarde para educar el paladar!

 

La Rosa Naútica

Mientras disfrutábamos de la cena, vimos cómo el sol se ponía sobre el océano. Fue uno de esos momentos que te dejan sin aliento, y me sentí increíblemente agradecida de poder compartirlo con mi familia. Ricardo me tomó de la mano y sonrió: “Este viaje está siendo increíble, ¿verdad?” Asentí, sintiéndome en paz y feliz.

Después de la cena, nos dirigimos al Parque de la Reserva para ver el Circuito Mágico del Agua. Había escuchado maravillas sobre este espectáculo de fuentes y luces, y no podía esperar a verlo en persona. Al llegar, nos sorprendió la cantidad de gente que había, todos esperando para disfrutar del show.

Encontramos un buen lugar desde donde ver las fuentes y, cuando comenzó el espectáculo, fue como si estuviéramos en un mundo de fantasía. Las fuentes se iluminaban y danzaban al ritmo de la música, creando figuras y formas increíbles. Los niños estaban alucinados, y Sofía no paraba de saltar de emoción.

En un momento, una de las fuentes proyectó imágenes de la historia y cultura peruana. Martín, siempre curioso, empezó a hacer preguntas sobre lo que veía. Me incliné y le expliqué lo que sabía sobre los Incas y otras culturas antiguas del Perú. Fue una forma hermosa y educativa de terminar el día.

Con el espectáculo terminado, regresamos al hotel. Los niños cayeron rendidos en el camino, agotados pero felices. Ricardo y yo, aunque también cansados, no podíamos dejar de hablar sobre lo maravilloso que había sido todo. Lima nos estaba regalando momentos inolvidables y no podíamos esperar para ver qué nos depararía el siguiente día.

Tercer día en Lima: Exploración Bohemia y Aventuras Inesperadas

Nos levantamos temprano, cargados de energía y con la emoción a tope para otro día de aventura en Lima. El desayuno en el hotel fue una delicia, como siempre. Jugos frescos, panes recién salidos del horno, y el café peruano que nunca decepciona. Ya con el tanque lleno, nos subimos al carro que habíamos alquilado. Ricardo, siempre el piloto designado, se aseguró de que todos estuviéramos listos para despegar.

Destino número uno: Barranco, el barrio más cool de Lima. Este lugar es un espectáculo. Casas de colores, murales por doquier, y un rollo artístico que te hace sentir como si estuvieras en un escenario de película indie. Paseamos por el famoso Puente de los Suspiros. La leyenda dice que si lo cruzas sin respirar y pides un deseo, ¡se cumple! Así que ahí nos tenías a todos, los peques corriendo de un lado a otro intentando aguantar el aire y nosotros riéndonos a carcajadas.

 

Bogotá hacia Lima
Barranco,Lima

Después del puente, nos metimos al Museo de Arte Contemporáneo. Aquí fue donde las cosas se pusieron más raras, pero en el buen sentido. Obras modernas, instalaciones interactivas, y piezas que te hacen pensar “¿Qué demonios es esto?”. Martín y Sofía estaban en su salsa, tocando todo lo que podían, y nosotros, pues más que sorprendidos.

Hora del almuerzo y el destino era claro: Panchita en Miraflores. Este lugar es un templo de la comida criolla. Pedimos causa rellena, ají de gallina, y un montón de delicias más. Mientras devorábamos todo, noté que Martín empezaba a verse un poco apagado. Le toqué la frente y, ¡bam!, fiebre.

“Ricardo, Martín tiene fiebre,” le dije intentando no entrar en pánico. Y Ricardo, siempre el zen de la familia, propuso llevarlo a una clínica. Y ahí fue donde empezó el caos: nos topamos con el tráfico infernal de la avenida Javier Prado. Yo empezaba a desesperarme, pero Ricardo me tranquilizó: “Todo va a estar bien, ya llegaremos.”

Por fin llegamos a la clínica. Un doctor muy majo revisó a Martín y, gracias al cielo, solo era un resfriado. Nos dieron unas medicinas y el consejo de que lo mantuviéramos hidratado y descansando. Así que decidimos seguir nuestro plan pero a un ritmo más suave.

Siguiente parada: La Huaca Pucllana. Esta pirámide de adobe en medio de la ciudad es simplemente alucinante. Sofía estaba emocionadísima, gritaba: “¡Mamá, es la pirámide de la que me hablaste!”

Nos unimos a una visita guiada, y los niños estaban completamente absortos en las historias de los antiguos rituales. Hasta Martín, a pesar de su fiebre, estaba enganchado.

La guía nos contó cómo la Huaca Pucllana era un centro administrativo y ceremonial para la cultura Lima, y cómo aún se están descubriendo sus secretos. Desde la cima, la vista es impresionante: una antigua pirámide rodeada por la moderna Lima. Un contraste que te deja sin palabras.

 

Huaca Pucllana

Después de la visita, regresamos al hotel para que Martín pudiera descansar. Mientras Ricardo conducía de vuelta, miré a mis hijos en el asiento trasero. Sofía aún llena de energía, y Martín, aunque cansado, ya se veía mejor.

Esa noche, cenamos algo ligero en el hotel y nos aseguramos de que Martín estuviera cómodo. Cuando los niños se durmieron, Ricardo y yo nos sentamos en el balcón, disfrutando de la brisa nocturna y reflexionando sobre el día.

“Hoy fue un poco caótico, pero lo logramos,” dije apoyándome en su hombro. Ricardo sonrió y respondió: “Sí, pero eso es lo que hace que los viajes sean memorables. Las aventuras no siempre son perfectas, pero siempre son nuestras.”

Fin de Viaje: Lima, Siempre en Nuestro Corazón

Con el tercer día en la memoria, llegó el momento de empacar y prepararnos para decir adiós. Después de devolver el carro y hacer los trámites de rigor, nuestro amigo Julio nos recogió para llevarnos al aeropuerto. Nos despedimos de él con un “hasta pronto” y muchas gracias por habernos mostrado lo mejor de Lima.

En el aeropuerto, todo fue como la seda. Mientras esperábamos para embarcar, los niños no paraban de recordar los mejores momentos del viaje: la Huaca Pucllana, los gatos del Parque Kennedy, y hasta el pequeño susto de la fiebre de Martín.

Al despegar, miré por la ventana con una mezcla de nostalgia y gratitud. Este viaje fue una montaña rusa de emociones, con sus altos y bajos, pero sobre todo lleno de momentos que nunca olvidaremos. Aprendimos sobre la cultura peruana, nos dimos un festín con su comida, y creamos recuerdos que siempre nos acompañarán.

Cuando el avión empezó a elevarse, Ricardo tomó mi mano y me dijo: “Este fue un viaje inolvidable, amor. Estoy muy feliz de haberlo compartido contigo y con los niños.” Le sonreí, sintiéndome increíblemente afortunada. “Sí, fue perfecto a su manera. Y quién sabe, tal vez volvamos algún día.”

Y así, con una sonrisa y el corazón lleno de gratitud, nos despedimos de Lima, llevándonos con nosotros un pedacito de Perú en el alma.

 

En el aeropuerto, hicimos el check-in sin problemas y pasamos por seguridad. Mientras esperábamos para embarcar, los niños recordaban con entusiasmo todos los momentos divertidos que habíamos vivido en Lima. Martín todavía hablaba sobre la pirámide de Huaca Pucllana, y Sofía no podía dejar de mencionar a los gatos del Parque Kennedy.

Al abordar el avión y mirar por la ventana, sentí una mezcla de nostalgia y gratitud. Este viaje a Perú había sido una experiencia increíble, llena de aventuras, nuevos amigos y recuerdos inolvidables. Aprendimos mucho sobre la cultura peruana, disfrutamos de su deliciosa comida y vivimos momentos que siempre recordaremos.

En conclusión, nuestro viaje a Lima fue todo lo que habíamos esperado y más. Hubo momentos de estrés y pequeñas complicaciones, como cuando Martín tuvo fiebre o el bloqueo de la tarjeta de crédito, pero también hubo risas, descubrimientos y mucho amor familiar. Viajar con la familia siempre trae sus desafíos, pero las recompensas son incalculables.

 

Al final, cuando estábamos despegando, Ricardo me tomó de la mano y me dijo: “Este fue un viaje inolvidable, amor. Estoy muy feliz de haberlo compartido contigo y con los niños.” Le sonreí, sintiéndome increíblemente afortunada. “Sí, fue perfecto a su manera. Y quién sabe, tal vez volvamos algún día.”

Y así, con una sonrisa y un corazón lleno de gratitud, nos despedimos de Perú, llevándonos con nosotros recuerdos que durarán toda la vida.

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